Somos idiotas

Esta mañana, revisando mis redes sociales, leo que se han dado una serie de nuevos ataques a la memoria de Mel Capitán. Sinceramente, no sé qué puede llevar a un ser humano a ensañarse de esa manera con otro, simplemente por el hecho de que le guste algo distinto. Pero lo que más me llama la atención es el incremento en la frecuencia y virulencia de esos ataques. ¿Acaso estaré equivocado? igual resulta que nuestra sociedad ha avanzado hacia un tipo de sensibilidad eco-vegana-animalista que yo no alcanzo a entender.

Busco información al respecto y encuentro varias páginas eco-friendly que citan la misma fuente: un informe titulado The Green Revolution, realizado por la consultora Lantern. Vaya por delante que dicho estudio ha sido realizado a través de 2.000 encuestas telefónicas, lo cual como sistema (y como muestra de población) me parece poco serio. Pero, teniendo en cuenta que no encuentro nada al respecto en la web del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (ni en ninguna otra fuente que pueda considerar fiable), tomaré los datos de esta revolución verde como algo verdadero y riguroso.

Según Lantern, un 7,7% de la población de nuestro país se declara veggie, de los cuales un 0,2% son veganos, un 1,3%, vegetarianos y un 6,3% flexitarianos. Todas ellas opciones muy respetables (excepto la de los flexitarianos, que no dejan de ser un atajo de modernos que adoran el hummus de quinoa hasta que les pones un plato de jamón delante).

Lo curioso del asunto, es que según el mismo estudio, de las motivaciones para optar por este estilo de vida, el 60% se declaró animalista (otro 21% alegaba razones de sostenibilidad y ecología, y la salud era la preocupación principal del 17%). ¿Qué significan todos estos números? Pues que de las 46.570.000 personas que somos en este país, solamente 698.550 no consumen ni carne ni pescado, ni nada que implique la explotación de animales. Sin embargo, 2.151.534 personas dicen ser animalistas, así que eso significa que (al menos) 1.452.984 españoles son idiotas. Cuidado, no quiero insultar a nadie. Lo digo como algo objetivo: el agua moja y un animalista que come carne es idiota.

Esta situación me recuerda un poco a la película Idiocracia. Si no la habéis visto, ya os adelanto que no os habéis perdido nada. Pero pese a que el filme sea una americanada insufrible, parte de una idea interesante: El ejército congela a un tipo mediocre, que despierta 500 años después para descubrir que los humanos, a base de procrastinar y delegar en otros, se han vuelto cada vez más idiotas, hasta el punto de que, el lelo inicial  y protagonista de la película, es ahora una mente privilegiada. Menuda chorrada, ¿no? Pues resulta muy triste ver que efectivamente ése es el camino que llevamos como sociedad. Y es que, un grupo de personas hace suyo un movimiento ya existente, que proviene de un sector minoritario de la sociedad (un 0,2% de hecho), lo magnifica, deforma y prostituye hasta convertirlo en un conjunto de medias verdades e ideas incorentes y lo lanzan al universo actuando como inquisidores de todo aquel que no lo siga. Y pese a que haya aún un 98,6% de la población sigue consumiento carne, se impone una ética retorcida en la que parece que tienes que pedir perdón (o al menos sentirte culpable)  por comerte un filete. Y si encima te preocupas de aprovisionarte de tu propia carne, eres algo mucho peor que escoria y mereces si no la muerte, ser acosado, insultado y perseguido por aquellos que, comiendo lo mismo que tú, se creen éticamente superiores por haber conseguido obviar que es otro el que mata por ellos.

Nos hemos vuelto idiotas.

idiocracia

Si Ortega y Gasset levantara la cabeza

Decía Ortega y Gasset en su ponencia inaugural del Congreso Internacional de Bibliotecarios en Madrid de 1935: “Hay ya demasiados libros. Aun reduciendo sobremanera el número de temas que cada hombre dedica su atención, la cantidad de libros que necesita injerir es tan enorme que rebosa los límites de su tiempo y de su capacidad de asimilación. […] Esto le lleva (al usuario) a leer deprisa, a leer mal […]. Si cada nueva generación va a seguir acumulando papel impreso en la proporción de las últimas, el problema que plantee el exceso de libros será pavoroso”.

Poco podía imaginar el ensayista y filósofo madrileño de lo profético de sus palabras. Y es que, con la llegada de la poderosa red de redes, el volumen de información que recibimos de manera constante es tal, que ya incluso ni siquiera nos preocupamos en  comprobar el origen o a fiabilidad de la fuente. Y si a este volumen bestial de información le sumamos las redes sociales y la necesidad de sus usuarios de adquirir notoriedad, tenemos un caldo de cultivo perfecto para miles y miles de casos Dunning-Kruger (más conocido como cuñadismo).

Una de las cosas que más poderosamente me ha llamado la atención desde que descubrí este mundillo (el cinegético, me refiero), es la cantidad de mentiras, verdades a medias, falsos mitos y sobre todo, prejuicios que hay sobre la caza.  Ojo, no quiero decir con esto que todo lo que se dice desde el otro lado sea un dogma que hay que creer a pies juntillas (que cuñados hay en todas partes). Además (y por desgracia), nuestra sociedad tiene la mala costumbre de politizar absolutamente cualquier tema, para que este o aquel puedan rascar unos cuantos votos (a veces una cantidad nada despreciable), posicionándose a favor o en contra del tema de moda. En conclusión, es muy difícil saber qué es verdad en determinadas afirmaciones y sobre todo qué interés hay detrás de cada aseveración.

Para intentar arrojar algo de luz, me he propuesto analizar algunas de las causas por las que, en teoría,  la caza debería ser prohibida. Para que no se me acusara de partidista, mi idea original era la de sacar los puntos más interesantes sobre este tema que pudiera obtener de los primeros cinco resultados de Google con los términos de búsqueda «prohibir la caza» y «motivos para prohibir la caza». Pero la realidad ha sido que, en la mayoría de las páginas consultadas, me he encontrado un argumentario bastante pobre, deformado, inexacto (incluso a ojos de un novato como yo) y sobre todo sin fuentes a las que recurrir para ampliar la información. Así que finalmente he decidido ir desgranando las propuestas de algunas de las voces más críticas con el mundo cinegético en nuestro país. Comenzaremos por PACMA, una de las formaciones más activas en lo que se refiere a la prohibción de la caza en nuestro país.

En su programa electoral para las Elecciones Generales de 2016, podemos leer:

1.10 PROHIBICIÓN DE LA CAZA
La caza provoca el exterminio de millones de animales… 

Empezamos mal. Sí que es cierto que en España, el año pasado se cazaron cerca de 30 millones de animales, pero de ahí a llamarlo «exterminio», creo que hay un dramático y malintencionado trecho. Según la RAE:

Exterminar Del lat. extermināre: 1. tr. Acabar del todo con algo. 2. tr. Matar o eliminar por completo de un lugar un conjunto de seres vivos. 3. tr. Desolar, devastar por fuerza de armas. 4. tr. desus. Echar fuera de los términos, desterrar.

 

Por lo que hablar de exterminio es, en el mejor de los casos, desacertado; sobre todo cuando estás preparando un programa electoral que va a ser mirado con lupa por una buena parte de la población. Sigamos.

y la dispersión de 6.000 toneladas de plomo cada año al medio ambiente, contaminando acuíferos y plantas, y causando el plumbismo, una enfermedad que afecta tanto a los animales como a las personas.

Este punto me ha dejado bastante perplejo, la verdad. No sé de dónde han podido sacar esa cantidad (dado que no citan fuentes), pero teniendo en cuenta que la densidad del plomo es de 11340 kg/m³, estaríamos hablando de 529,10m³ de plomo. Para que el lector se haga una idea, son más o menos lo que ocupan tres autobuses escolares. Mucho plomo me parece para repartir en cartuchos y demasiado poco para envenenar a tanta gente y animales como quiere hacernos creer este párrafo.

Por otro lado, a poco que uno investigue sobre el plumbismo, podrá encontrar artículos de la Sociedad Española de Bioquímica Clínica y Patología Molecular (SEQC), donde citan como fuentes principales de la contaminación ambiental a los millones de toneladas de plomo lanzados al aire por el uso combustibles con plomo. también enumeran otras causas, pero ninguna de ella proviene del mundo cinégetico.

A esto sumamos los más de 50.000 galgos y podencos utilizados como armas para acosar a otros animales, y que de forma habitual son maltratados, torturados o abandonados.

A ver, desaprensivos hay en todas partes, así que sería muy tonto por mi parte poner la mano en el fuego por todos los cazadores de España. Una vez dicho esto, no he visto perros mejor cuidados que los perros de los cazadores que hasta la fecha he conocido. Con respecto al tema del abandono, según el Estudio de Abandono y Adopción 2018 realizado por la Fundación Affinity, solamente un 12% de los animales son abandonados al finalizar la temporada de caza, frente a un 88% de los casos que proceden de un entorno urbano y responde a factores económicos, problemas de comportamiento o pérdida de interés por el animal.

Los intereses de los cazadores secuestran los intereses de los habitantes de las zonas rurales e impiden que se puedan desarrollar otras actividades sostenibles y acordes con el entorno natural y con la convivencia entre animales y humanos.

Una vez más no se facilitan datos: ¿cuáles son esas actividades sostenibles y acordes con el entorno natural en las que el humano convive con los animales? ¿Solamente son los intereses de los cazadores los que impiden estas misteriosas actividades? ¿Podemos incluir otras, como por ejemplo las carreras de MTB para las cuales se cierran a cal y canto senderos y veredas (que por cierto, se quedan marcados con plásticos hasta que alguien se aburra de verlos)? ¿O la recolección masiva de setas/castañas o cualquier otra cosa que un urbanita sea capaz de reconocer de manera vaga, sin respetar cupos, ni prohibiciones, ni siquiera propiedades privadas?

Proponemos: Prohibir cualquier modalidad de caza.

Pues lo cierto es que viendo el análisis del programa, no me convencen. Suspendidos.

 

Bonus track: Caza y pesca, entretenimiento mortal

Supongo que nunca encontraré a nadie de PACMA leyendo estas líneas, pero, a pesar de todo, no me he podido resistir a comentar este otro pasaje, encontrado en otro apartado de su web:

[…] Además, a menudo olvidamos a los peces cuando hablamos de los derechos de los animales. Al contrario de lo que se piensa, son seres  capaces  de sentir, como demostró en 2003 un estudio de la Universidad de Edimburgo.

Por todo esto, PACMA condena la caza y pesca deportiva y no las considera un deporte, sino un atentado contra la vida y los intereses de estos seres. …

Pues lamento informarles, señores de PACMA, que  según un estudio publicado en la revista Science, cuando una planta es mordida por un insecto o arrancada por un ser humano, reacciona como un animal. A pesar de no tener sistema nervioso, se activa un sistema de defensa que propaga y comparte el dolor con otra planta. En resumen: las plantas también sufren dolor.

Por este motivo, deberían incluir el vegetarianismo dentro de las prácticas que atentan contra la vida y los intereses de esos seres (los vivos). Suerte que por ahora, aparte de ser un poco indigestas, las piedras siguen sin sentir nada de nada… por ahora…

 

 

Fuentes:

RAE

Wikipedia

Sociedad Española de Bioquímica Clínica y Patología Molecular (SEQC).

Fundación Affinity

 

Un poco más de historia y más porqués

Como ya comentaba en mi entrada anterior, me encontré de bruces con el mundo de la caza y lo cierto es que me enganchó. Pero, pese a este repentino interés, aún había un pequeño problema con el que tenía que lidiar antes de dar el siguiente y lógico paso: no me gustan las armas de fuego. Son demasiado ruidosas, peligrosas (obviamente) y en el pasado tuve alguna mala experiencia con este tipo de armas.

Sí, llegados a este punto se puede decir que soy un caso bastante atípico de aficionado: me gusta la caza, pese a que en mi entorno nunca haya habido tradición ni afición por esta práctica y no me gustan las armas de fuego, lo que a priori parece, al menos desde el punto de vista de un profano, bastante incongruente. Y en esas mismas estaba yo cuando descubrí, casi por accidente, la solución a este diema.

Buscando un hobby que nos sirviera a mi pareja y a mi de válvula de escape, descubrimos un club de tiro con arco que acababa de abrir sus puertas cerca de casa, llamado Bastión de Alanos. Allí, además de los fundamentos del tiro con arco y de un ambiente inmejorable (ya os hablaré de este club de manera más extensa en el futuro), descubrí a una más que interesante comunidad de cazadores con arco. Y pese a que la mayoría de ellos utilizan «poleas» (un aparatejo del diablo al que no le tengo demasiado aprecio), también me encontré con un pequeño grupo de arqueros que utilizan para sus lances el arco tradicional.

Llegados a este punto, seguir avanzando en mi propósito era algo inevitable. Desde ese preciso momento y tras algunos parones (algunos totalmente justificados, como el nacimiento de mi hija, otros fruto de la procrastinación), he estado buscando información, adaptando el material con el que tiro (mayor potencia, flechas más pesadas, etc.), entrenado distancias más cortas de las utilizadas en las competiciones… Siempre con el objetivo claro de salir a cazar con la seguridad y preparación suficientes.

Hasta ahora he ido explicando cómo he llegado a tomar la decisión de cazar con arco tradicional, pero no el por qué. Lo cierto es que no voy a dar un discurso sobre lo beneficioso de la caza; otros lo han hecho ya antes y mucho mejor de lo que yo podría. Pero lo que sí que puedo enumerar son los pasos que me han llevado a mi, a modo personal a tomar este camino:

Coherencia: soy omnivoro. Y si quiero ser coherente con este hecho que me define, debería ser capaz de matar a un animal para alimentarme.

Salud: Creo que este es un tema que también da para largo y es que es indudable que la calidad de la carne que se puede adquirir en un supermercado no tiene nada que ver con la carne de un animal que ha vivido en libertad.

Respeto: creo que la forma más ética de consumir carne es la caza. No voy decir que el animal no sufre, pero seamos objetivos: ¿qué animal sufre más: el que ha vivido toda su vida en libertad y muere de un disparo o el que ha vivido toda su vida hacinado en una planta de explotación, malcomiendo, malviviendo, pero que, en cambio, ha tenido una muerte más rápida (que no indolora)?

Creo que hemos perdido el respeto por un animal al que sacrificamos para alimentarnos, convitiéndolo en un objeto de consumo que cogemos de una estantería, servido en una bandeja de foam. Todo, por el empeño de algunos en disfrazar este acto de manera que sea socialmente aceptable; una especie de ética retorcida en la que podemos criticar a un cazador o el maltrato animal mientras degustamos las costillas de un cerdo que puede que no haya andado más de un kilómetro en toda su existencia. 

foto¿Cuál es la opción más ética?

 

Una entrada complicada y un poco de historia

Escribir la primera entrada de un blog siempre es algo complicado. Además, el hecho de no ser un experto en el tema (si has leído el breve apartado «sobre mí» ya sabes de lo que hablo) tampoco ayuda, así que creo que lo mejor será empezar por los motivos que me han llevado a crear este diario.

A diferencia de la gran mayoría de los aficionados a la caza, yo nunca había tenido contacto alguno con este mundo: algún amigo de la familia que salía a por palomas el fin de semana o el primo de algún amigo con el que te cruzabas a horas poco razonables, tú camino a casa y él (bastante más fresco) camino al monte. Supongo que el hecho de que la densidad de especies cinegéticas de la zona (sobre todo en lo que se refiere a caza mayor) no sea especialmente alta, tampoco ayudó en su momento a que me interesara por este tema.

No quiero decir con todo esto que sea un «pisaprados» de los que no se plantea de dónde sale su comida. Vengo de un pueblo de pescadores y pese a que la pesca nunca haya sido mi fuerte, sí que me he interesado lo suficiente por la cocina como para haber limpiado y preparado todo bicho que haya caído en mis manos. Simplemente es que la caza y yo nunca nos habíamos encontrado cara a cara.

Así que, cuando mi pareja me dijo que a ella le gustaba la caza y que su padre era cazador, no dejé de verlo como un curiosidad, un pasatiempo. Menudo error el mío. En ese punto descubrí realmente que cazar es algo más que subir al monte a pegar tiros a lo O.K. Corral (ey, que no fuera un anticaza no significa que no estuviera influenciado por los prejuicios de una sociedad manipuladora y generalmente desinformada). Conocí la pasión por la caza de mano de un hombre que lleva cazando desde que tiene uso de razón y no tiene pinta de que vaya a colgar el rifle por ahora; ni siquiera creo que lo conciba, lo tiene metido en las venas. No creo que haga falta que os hable de ese sentimiento, probablemente todos vosotros lo conozcáis de una forma mucho más directa y desde hace mucho más tiempo que yo.   

Ese fue el primer punto de conexión que tuve con el mundo de la caza, el que me llevó a acompañar de forma esporádica a mi pareja y a su padre en sus salidas al campo, en calidad de «txotxua» (término marino utilizado en el País Vasco para definir a un grumete y por extensión, a cualquier aprendiz).  El inicio de un proceso de cambio que aún hoy día está en marcha. No ha sido el único motivo, desde luego,  pero sí que fue el primer impulso que me ha llevado a, entre otras cosas, a crear este blog. 

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